Cuando hablamos de creatividad y desarrollo infantil, tendemos a imaginar a un niño pintando con acuarelas o recortando papel de colores. Y sí, esas son formas preciosas de expresión, pero la creatividad es mucho más amplia. Es la capacidad de imaginar, de proponer ideas nuevas, de encontrar soluciones diferentes. Un niño que explora con materiales inventa historias o construye con sus manos, está entrenando su cerebro para pensar de manera flexible, adaptarse a cambios y expresar lo que siente. Y esas son habilidades que le acompañarán toda su vida, en la escuela, en el trabajo y en sus relaciones.
En nuestra experiencia, las actividades creativas tienen un impacto especialmente positivo en niños con diferentes formas de aprender o comunicarse. Por ejemplo, hemos trabajado con niños con trastorno del espectro autista (TEA) que encuentran en las manualidades un medio de expresión mucho más cómodo que las palabras. A través de los colores, las formas o las texturas, logran transmitir emociones e ideas que quizá no podrían comunicar verbalmente. Esto demuestra que la creatividad es también una vía para la inclusión, porque se adapta a las capacidades y necesidades de cada niño, sin poner límites ni etiquetas.
Uno de los grandes beneficios que podemos encontrar es que trabajan la motricidad fina, la coordinación ojo-mano y la planificación de movimientos. Cuando un niño recorta, pega, pinta o modela arcilla, está fortaleciendo los músculos de sus manos y mejorando su coordinación, habilidades que luego serán muy útiles para escribir, abrocharse la ropa o realizar otras tareas cotidianas. Pero además, estas actividades estimulan la concentración y la paciencia. Un niño que dedica tiempo a terminar un proyecto creativo está aprendiendo a perseverar, a gestionar el tiempo y a tolerar la frustración cuando algo no sale como esperaba.
También hay un componente emocional muy importante. Crear algo con las propias manos tiene un efecto regulador: ayuda a calmar la mente, a disminuir la ansiedad y a mejorar el estado de ánimo. En algunos contextos, como la arteterapia, las actividades creativas se utilizan precisamente como una herramienta para el bienestar emocional. En Moma recordamos con gran cariño el caso de una niña muy tímida, que apenas hablaba en clase. Al introducir actividades artísticas en las sesiones, como pintar con los dedos o trabajar con plastilina, empezó a mostrar lo que sentía a través de sus creaciones. Poco a poco, esa confianza se trasladó a otros ámbitos de su vida, y hoy participa activamente en su grupo escolar.
Las actividades creativas también fomentan la autoestima. Cuando un niño termina un dibujo, una escultura o una manualidad, tiene algo tangible de lo que sentirse orgulloso. Esa sensación de “lo hice yo” es muy poderosa y refuerza su autoconfianza. Incluso cuando las cosas no salen como planeaban, aprender a aceptar el resultado, adaptarlo o volver a intentarlo es una lección de resiliencia y pensamiento crítico, vital para su desarrollo personal y social.
Para las familias, participar en actividades creativas junto a los niños es una oportunidad de oro para conectar, compartir y disfrutar del momento presente. No importa si los adultos no “saben” dibujar o si el resultado no es perfecto: lo importante es el proceso, la experiencia compartida y la libertad de crear sin juicios. He visto cómo estos momentos refuerzan los vínculos afectivos y generan recuerdos que los niños llevan consigo durante años. Por eso siempre recomendamos a padres y madres que reserven un tiempo semanal para realizar algún proyecto creativo en casa, adaptado a la edad y los intereses de los pequeños.
Lo bueno es que la creatividad se puede trabajar en cualquier contexto: en casa, en la escuela, en sesiones terapéuticas, en museos o en la naturaleza. Podemos ofrecer materiales sencillos a los más pequeños —como papeles de colores, pinceles grandes o plastilina— y técnicas más complejas a los mayores —como acuarelas, collage o maquetas—. Lo importante es que haya un espacio seguro donde el niño se sienta libre para experimentar y equivocarse sin miedo.
También hay propuestas que combinan creatividad y sostenibilidad, como reutilizar materiales reciclados para hacer arte. Esta es una forma maravillosa de enseñar a los niños valores como el cuidado del medio ambiente mientras desarrollan su imaginación. Algo tan simple como transformar una caja de cartón en un teatro de marionetas o un bote de cristal en una lámpara decorativa puede convertirse en una experiencia llena de aprendizaje y diversión.
En nuestra práctica, nos gusta introducir actividades creativas de manera natural en el trabajo con los niños, incluso en objetivos que aparentemente no tienen relación con el arte. Por ejemplo, si queremos mejorar la coordinación motora, podemos proponer un proyecto de construcción con bloques o una maqueta. Si el objetivo es trabajar la comunicación, podemos inventar una historia y representarla con títeres hechos a mano. Así, la creatividad se convierte en una herramienta transversal que apoya múltiples áreas del desarrollo.
Los beneficios de las manualidades y de otras actividades creativas son tan amplios que sería difícil enumerarlos todos. Ayudan a desarrollar habilidades cognitivas como la planificación, la organización y la memoria. Potencian las habilidades sociales cuando se realizan en grupo, ya que fomentan la cooperación, el respeto por el trabajo de los demás y la comunicación. Favorecen la exploración sensorial, permitiendo que los niños experimenten con texturas, colores y materiales diversos. Y sobre todo, ofrecen un espacio donde pueden ser ellos mismos, sin presiones ni expectativas externas.
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